sábado, 15 de diciembre de 2012

Un día llegará el fin del mundo, si quereís llamarlo así, de forma individual no lo dudeís. A veces pienso, que es la certeza sobre este día lo que más nos preocupa, sin obsesionarnos.

Deseamos, compartirlo con toda la humanidad, como si la humanidad fuera una señora gorda con falda de cuadros escoceses, pelo teñido y labios pintados que nos pincha con su bigote al besarnos.



Pero este fin del mundo del que os hablo, es intrasferible, es único, de cada uno, como os digo podemos llamarlo el fin del mundo o la muerte a secas.
Imagino, mientras espero el metro, o leo comentarios absurdos y mediocres, cómo será el mío: un día normal, digamos, sin sol abrasante ni lluvia cerrada, un día normal sin frío ni calor.Igual haya muerto ese día un actor, famoso, o un literato, igual ese día coman lentejas en la escuela de al lado, y la panadera de mi calle se haya puesto su lazo negro, seguirán andando y acelerando el paso los desconocidos ciudadanos cogiendo el metro.

Un día, en que los perros seguirán paseando por la calle, los arbolitos seguirán quietos, y nada parecerá inquietar a nadie, salvo un vértigo profundo y naúseoso instalado en mi interior que escuchará el eco de la nada.

Quizá alguna amiga lea un día, en un periódico o en un cartelito unas letritas en relación al fin del mundo mío y diga:"Mira que chula la tía, que tuvo su fin del mundo sin hacer tanto ruido".

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