jueves, 6 de marzo de 2014

Gulliver

Don William Thackeray, el excelente creador de la injustamente olvidada y ninguneada novela Vanity fair, o sea, La feria de las vanidades, dejó dicho de Jonathan Swift, mi querido-odiado cabronazo padre putativo:

«Fue un genio vasto y magnífico, un genio de sorprendente claridad, luz y fuerza. Captaba, conocía y veía los pensamientos más secretos, desenmascaraba la mentira y la hipocresía, comprendía los móviles más escondidos y los pensamientos más negros de los hombres. Fue un espíritu terrible y malvado.»

En lo que a la naturaleza humana se refiere –ha escrito por su parte el llorado autor palestino Edward W. Said--, “Jonathan Swift era un pesimista, y debemos decir que los Yahoos representan cierta idea de la naturaleza humana que está muy cerca de la misantropía”.

En fin…

El caso es que, como G. B. Shaw y como James Joyce, Jonathan Swift (1667-1745) fue un angloirlandés nacido en Dublín. Su vida transcurrió bajo el signo de una frustración y un resentimiento analizados por una inteligencia lúcida, y esta capacidad de autoanálisis creció durante los años en que se vio tratado con arrogante condescendencia por gentes a quienes él consideraba sus inferiores. No voy a profundizar aquí, sin embargo, en las circunstancias biográficas que pueden contribuir a explicar las particularidades caracteriológicas de mi papá. El hecho es que la humillación, la autovaloración, la sensibilidad y el desequilibrio psíquico (acabaría loco, el pobre hombre) se conjugaron en la personalidad de Swift para hacer de su vida un continuo tormento, y producir, a modo de compensación artística, una de las obras maestras de la literatura satírica mundial: los Gulliver’s Travels, es decir, los Travels into Several Remote Nations of the World, by Lemuel Gulliver.

Como es bien sabido (o lo era antaño) hasta por algunos niños, Lemuel Gulliver naufraga en Liliput, un país de enanos, y allí logra hacerse indispensable como consejero en conflictos análogos a los que se producen estúpidamente entre los hombres “normales”. En su segundo viaje arriba a Brobdingnag, un país de gigantes brutales y simplones que piensan rudimentariamente, al igual que la mayor parte de los seres humanos, y frecuentan los mismos lugares comunes mentales. En Laputa (sin perdón), el tercer país en el que naufraga, se topa con el habitáculo de los sabios locos. Por último, en la tierra de los así llamados Houyhnhnms, descubre un pueblo de sabios, amables y prudentes caballos que dominan, para asegurar la tranquilidad y dicha de la comunidad, a otro pueblo de horrorosas bestezuelas antropomorfas llamadas Yahoos.

«En conjunto –dice el buen Lemuel Gulliver--, nunca vi en mis viajes animal tan desagradable ni que me inspirase tan honda repugnancia.»

Segundo Serrano Poncela ha escrito que “Gulliver resulta, aun leído hoy, uno de los libros más fríos y crueles que se han escrito interpretando a la humanidad en su conjunto”.

Aparte de los Viajes de Gulliver, única novela larga suya, Swift escribió también, entre otras cosas más breves, El cuento de una cuba, La batalla de los libros y Una modesta proposición para impedir que los hijos de los pobres sean una carga para sus padres, librito este último al que pertenece el siguiente fragmento:

«Un norteamericano amigo mío, hombre muy competente en la materia, me ha asegurado que un niño de buena constitución y bien alimentado resulta a la edad de un año un manjar delicioso, sustancial y sano, bien sea asado o cocido, a la sartén o al horno, y yo estoy seguro de que también podría prepararse en sabroso picadillo o guisado.»

El epitafio en la tumba de Jonathan Swift reza lo siguiente:

“Ubi saeva indignatio ulterius cor lacerare nequit”,

lo cual, traducido aproximadamente al cristiano, quiere decir: “Donde la fiera indignación ya no puede seguir lacerando corazones”.

Pues eso.



 


* José Fernández,
24-10-2011

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