EN QUÉ CREO
Creo, ante todo, en el perdón. Creo que la capacidad de perdón muestra la verdad desnuda de nuestra capacidad de amar, y me sorprende encontrarlo en personas a las que no aprecio especialmente y echarlo en falta en algunas que amo mucho. Más de una vez me he sorprendido a mí misma con dificultades para el perdón y he experimentado el milagro de ser perdonada. Es como nacer de nuevo. Nacer del amor. El evangelio nos dice que la mujer pecadora amó mucho puesto que mucho le fue perdonado (Lc 7,47). Nos advierte también que incluso aquél a quién mucho se perdona puede actuar de forma mezquina e inmisericorde con los demás (Mt 18, 23-35). Y esto es la segunda parte de lo que creo: creo en la libertad, creo en la ruptura de la cadena causal que abre el mundo a la poesía y también a la arbitrariedad más injusta. Creo que el perdón es el mayor acto de libertad. Por eso todo se puede perdonar pero a nadie se puede exigir que perdone. No se puede forzar el perdón y no se pueden prever sus resultados. La mujer que perdona al marido que abusa de ella puede decidir a la vez que le perdona que la convivencia debe cesar. Nadie sino Dios puede juzgar la autenticidad y el alcance de un acto de perdón. El perdón es el acto más razonable, puesto que reconoce que algo más que el automatismo rige el mundo. El perdón es el acto que nos permite ser, como Dios, creadores. El acto que nos permite empezar de nuevo. Setenta veces siete.
No hay comentarios:
Publicar un comentario