martes, 16 de septiembre de 2008


Cogíamos unos hilos y se ponían alrededor de las palmas de las manos, y haciendo varios pases calculados, se podía construir un entramado que decíamos era una cuna.

Dábamos palmas e intentábamos construir y reconstruir un ritmo, entre la canción y los golpes con las palmas de las manos, primero una, luego la otra..si no nos confundíamos, nos mirábamos con la complicidad de haber encontrado un tesoro, o haber descifrado un enigma...

Todo acababa cuando empezaba a llover o sonaba un timbre, metálico y redondo de color gris.

Un hombre encargado de las huertas del convento, llevaba guadañas y azadas.
Siempre me pareció, que la muerte se parecía mucho a un carbonero.

Un olor a café inundaba el recreo.
Y la muerte con cara de carbonero, nos sonreía.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sonia, fíjate qué cosas.Leo esos recuerdos tuyos de niñez, reales o ficticios, y me viene el recuerdo de otro texto, dudo ahor si de uno de los dos Machado o de Juan Ramón.
Voy a localizzarlo en cuanto tenga unos minutos de sosiego en este ajetreado día de hoy y luego haré por volver a leerte con el gusto de siempre.

¡Eres genial!

Saludos

Anónimo dijo...

Lo prometido es deuda, doctora.

Ahí va. Es de Machado, de Antonio.

http://www.poesi.as/amach097.htm

Me lo has recordado con esa evocación infantil que hiciste.

Saludos.

sonia dijo...

Gracias querido Io, siempre dando más importancia de la que tiene estos pequeños post, que son exlusivamente para vosotros.

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